14/02/2025
La democracia liberal contra sus fantasmas


Alemania se enfrenta a una encrucijada histórica, no tanto por lo que pueda ocurrir de forma inmediata tras el 23 de febrero (día en el que elegirán quien será el canciller federal por los próximos cuatro años), sino por la forma en la que esta elección condiciona el futuro, no solo de Alemania, sino del continente europeo por entero, en un contexto de profundo cambio de las reglas de juego económicas, políticas y diplomáticas.
Las elecciones fueron convocadas tras la caída del gobierno de la “coalición semáforo” (Ampelkoalition en alemán), compuesta por el Partido Socialdemócrata (SPD), el Partido Verde y el Partido Democrático Libre (FDP) cuyos colores forman el patrón de un semáforo. Esta coalición que daba soporte al canciller Olaf Scholz (socialdemócrata) desde las elecciones de septiembre del 2021 se vio herida de muerte tras una crisis presupuestaria desatada debido a desacuerdos sobre cuán grande debía ser el déficit previsto para el año 2025, esta discusión entre Scholz y Lindner, su ministro de finanzas y líder del FDP (Partido históricamente liberal), llevaría la retirada de 90 de los 92 parlamentarios liberales de la coalición semáforo, empujando al canciller a enviar una moción de confianza al Bundestag (parlamento federal) la cual, por supuesto, perdió.
Sería inocente pensar que los problemas nacen con la discusión del presupuesto, la verdad sobre la coalición es que nunca tuvo un momento de tranquilidad; Scholz asume en diciembre del año 2021 y en febrero del 2022 estalla la guerra entre Rusia y Ucrania, regando de incertidumbre un continente que no lograría sobreponerse a la falta de un liderazgo unificado (como representaba Merkel) en el campo geopolítico, y con muchas dudas sobre su capacidad de crecer sostenidamente.
El fin del milagro alemán
Alemania lleva dos años en recesión (-0,5% acumulada entre ambos) y en los últimos días su ministro de economía (y vicecanciller) Robert Habeck, del Partido Verde, rebajó la expectativa de crecimiento para este año llevándola del 1,1% al 0,3%. ¿Cómo llegamos hasta acá? para poner en perspectiva, es la segunda caída del producto más pronunciada de la historia alemana moderna (desde 1949 hasta la actualidad y obviando la crisis del 2008), solo superada por la recesión del 2002-2003 fogoneada por la guerra en Irak, la pérdida de competitividad de su complejo industrial-exportador y el aumento de los costos de producción debido al encarecimiento del petróleo.
La situación actual trae ciertas semejanzas con aquella crisis, hoy el principal problema de la economía alemana es el aumento del precio de la energía, específicamente del gas, para el cual han dependido de Rusia como principal proveedor por el último medio siglo, con la llegada de la guerra y las sanciones se suspendió la compra de gas a Rusia por parte de todos los países de la unión europea y se paralizó el funcionamiento del gasoducto “Nord Stream 2” por decisión del canciller alemán. Las consecuencias son las mismas que en el año 2003, pérdida de competitividad contra China, esta vez concentrada en el corazón de su modelo, la industria automotriz (hasta el punto del cierre de plantas de firmas como Volkswagen con el fin de su relocalización en el país asiático, donde las fábricas solo abastecen al mercado interno), aumento del endeudamiento total (del 58,7% en 2019 al 62,4% en 2024) y un aumento del déficit alrededor de alrededor el 3% del PBI.
Uno se pregunta sobre la certeza de los lugares comunes del tipo “la eficiencia alemana” observando como este modelo, ante un error propio como fue el cese de toda actividad nuclear civil (y la prohibición de esta, votada en el Bundestag tras el incidente de Fukushima) y la suba del costo del gas debido a la guerra, tambalea tan fuertemente al punto de ser el país que menos creció de toda la UE en los últimos 3 años (desde el apagón nuclear hasta la fecha).
Uno por uno
Con este escenario, no es extraño que todas las encuestas publicadas hasta el momento coincidan en posicionar como favorita a la CDU (demócratas-cristianos) con alrededor del 30% de intención de voto. Una CDU que, alejada del “centrismo merkelista”, erige a Friedrich Merz como su candidato, histórico rival de la excanciller. Merz propone un fuerte endurecimiento de la política migratoria y un considerable recorte a la estructura burocrática característica del país, siendo la cuestión migratoria un punto especialmente sensible. Para poner en contexto, hace pocas semanas se votó una reforma en pos de limitar la migración por fuera de la figura del asilo y establecer controles fronterizos permanentes, dicha ley fue aprobada, por primera vez en la historia, con una mayoría de la cual Alternativa por Alemania (AfD) era parte, colaborando con la CDU. Por fuera de ambos partidos, la reacción fue la esperable, múltiples manifestaciones reprochando este suceso tan particular se llevaron a cabo en todas las ciudades grandes del país, pero la reacción dentro de la democracia cristiana (tanto en las bases como en buena parte de la dirigencia) fue de una indignación tal que llevaría a que la mismísima Angela Merkel (la cual tras su salida elije meticulosamente cada aparición en público) publicara una carta en la cual “rechaza enfáticamente la ruptura del acuerdo de no-cooperación con AFD”, con un impacto lo suficientemente fuerte para que se volviese a votar la ley y se rechazara por una diferencia de 20 votos.

A Merz lo sigue, más o menos a 10 puntos de distancia, Alice Weidel, líder del partido neoconservador, AfD. Weidel es un personaje muy particular, principalmente por la disonancia entre la ideología que profesa y su estilo de vida, AfD es un partido que, siendo benevolentes, de mínima es el mayor abanderado del “nazismo cultural” hoy en Alemania. Sus discursos se componen por largas odas al nativismo Alemán (Al punto de proponer una «remigración») la familia tradicional y “los valores perdidos”, discurso que no sería extraño (en el esquema de pensamiento de las derechas neoreaccionarias) sino fuera que su candidata a presidir el gobierno es lesbiana, está casada con una inmigrante esrilanquesa y es madre por medio de fertilización asistida, tres elementos que no le prohíben aun así posicionarse en contra del matrimonio igualitario, la inmigración en todas sus formas y la educación sexual integral antes de la pubertad.
El tercer y cuarto lugar está en disputa entre el SPD, encabezado por Scholz, y “Los Verdes” que llevan como candidato al vicecanciller Habeck. Por supuesto esto habla peor de los socialdemócratas que de los verdes, ya que al estar los dos con una intención de voto de alrededor del 15%, hablamos simultáneamente de una caída de 10% con respecto al 2021 del oficialismo y de un partido verde que logra la epopeya de mantener la misma cantidad de votos que hace 4 años, siendo el único partido de la coalición semáforo que pareciera haber amortiguado el golpe.
Es lógico preguntarse cómo es posible que Scholz, siendo el canciller federal más impopular desde la reunificación, y habiendo hecho un gobierno tan cuestionable (al punto tal de que estamos en puerta del mayor fracaso electoral socialdemócrata desde 1933, año de la última elección libre de la república de Weimar, donde el SPD logró apenas el 18% de los votos) sea hoy el candidato de su partido. La respuesta no es muy sofisticada, tal y como es habitual en situaciones de crisis de tal magnitud, muchas veces las dirigencias partidarias eligen simplemente ignorar la realidad con tal de no mostrar debilidad hacia el exterior (lo que en el fútbol se llama: “no le demos de comer a los demás”) aun así esta ignorancia lleve a una derrota asegurada. El ministro de defensa del actual gobierno, también socialdemócrata, Boris Pistorius, es la persona más popular del partido en términos de intención de voto, cuando su nombre rondó como una posibilidad ninguna encuestadora lo posicionó por debajo del 25%, sin embargo, priorizando el peso específico de Scholz para negociar lugares en un futuro gabinete, y para no mostrar debilidad, el congreso partidario del SPD reeligió -casi por unanimidad- como candidato a la cancillería a este hombre tan gris.
Las dos izquierdas
Las dos fuerzas políticas que pelean por superar el 5% de los votos emitidos (el límite para alcanzar un escaño en el Bundestag, aunque también es posible de otra forma) son Die Linke (en español “La Izquierda”) y la BSW “por la razón y la justicia”, que lleva ese nombre por su líder Sarah Wagenknecht.
Die Linke fue, durante los últimos 20 años, el partido hegemónico de la izquierda en el país, formado por el PDS (heredero del Partido Socialista Unificado de la RDA) y socialdemócratas del ala izquierda del SPD descontentos con el gobierno de Schröder. Esto fue así hasta que una de sus líderes más prolíficas, Sara Wagenknecht (candidata a la cancillería en el 2017), abandona el partido con el argumento de que la izquierda se había alejado de los “problemas reales” y se había concentrado en la lucha contra la discriminación de las minorías abandonando la lucha de clases.
La BSW es un partido único en Europa, difícil de encasillar, en muchos puntos encuentra consonancias con la extrema derecha local y europea, como cuando se trata de inmigración (a pesar de no ser tan severos como lo es la AfD), la crítica al discurso «woke» y el apoyo discreto a Rusia, a pesar de que en el caso de Wagenknecht solo se pronuncie en ese sentido por razones económicas (la crítica está centrada más en los fondos que se otorgan a Ucrania que en un apoyo claro a Putin). Por otro lado, es un partido claramente socialista en términos económicos, centrando su discurso en la desigualdad económica creciente en el continente, la necesidad de intervención estatal en la economía y la adopción de medidas redistributivas, todo mediado por una retórica desglobalizante y populista muy fuerte, que atrae casi tanto como repele.
Wagenknecht en si misma es una gran interrogación, una persona que ha iniciado su camino en la política en la extinta RDA y siempre se ha posicionado a la izquierda de todo y todos en los tópicos de la política alemana, no duda en adaptarse a su tiempo y jugar el juego de los neoreaccionarios, como una especie de “retracción ideológica” que en sus propias palabras, es la estrategia posible para volver a acercar a la izquierda a las masas.
Die Linke y la BSW oscilan entre los 4 y 6 puntos (con ventaja para la BSW) y a pesar de sus marcadas diferencias ideológicas, ambos coinciden en un ítem muy relevante a efectos de la elección del 23, ambos han pasado de la política de no formar coaliciones a nivel estatal (ni nacional por el momento) a cogobernar en dos estados cada uno, con el fin de evitar que asuma el candidato más votado, que en tres de los cuatro casos, era de la AfD (siendo el caso más reciente el del estado de Turingia), volviéndose parte del Brandmauer (literalmente “muro cortafuegos”) contra la extrema derecha, en el caso de la BSW, con la condicionalidad de que no esté en la coalición el partido verde.
El accionar de ambas izquierdas tras el 23 es impredecible, y lo más probable es que si una acceda al Bundestag el otro tenga muchas dificultades para hacerlo, pero lo más seguro es que sostengan el rol de oposición que llevan históricamente profesando.
El muro invisible
El crecimiento de la AfD en las encuestas no es más que un nuevo virus que se propaga especialmente en las poblaciones jóvenes (no solo jóvenes entendidos como el corte poblacional desde los 18 a los 35 años, sino que también encuentra una gran base de apoyo en jóvenes entre los 14 y 18 años, donde la Junge AfD, -organización juvenil del partido- pone sus mayores esfuerzos para captar militantes) como forma de provocación más que proclama ideológica. Este virus, que en otros países no dejaría mayores marcas, encuentra en la sociedad alemana un cuerpo enfermo por un proceso de reunificación que nunca logró ser tal.
AfD no solo se hace fuerte en los jóvenes, se hace fuerte en el este del país, en 5 de los 6 estados federados que fueron parte de la RDA hoy lidera las encuestas por bastante diferencia, y en el único que no lo hace está a un punto de la CDU (32 a 31) mientras que de los otros 9 estados (la ex república federal) la extrema derecha compite por el tercer puesto con los verdes en todos. Lo errático del voto del otro lado del muro solo es una superficialidad que muestra la desigualdad existente y creciente entre ambos lados.
El voto duro a la extrema derecha está concentrado en los que hoy, en su mayoría, son los hijos y nietos de los Ossis (ciudadanos de la ex RDA), sobre los cuales siempre pesaron dos fuentes de resentimiento, la primera se trata de algo tan observable como el deterioro de sus condiciones de vida, aquellos que no emigraron hacia el este tras la caída del muro hasta el día de hoy no han dejado de observar fenómenos tan contrarios al desarrollo económico como el despoblamiento, el aumento sostenido del desempleo, la falta de inversión, y lo que es peor, la falta de integración tanto cultural como económica con el resto del país. No es casualidad que uno de los libros que más moldeó el debate político de los últimos años sea el publicado por una legisladora del Este (Petra Köpping, del SPD) de nombre (traducido al español) “¡Primero intégrennos a nosotros!”.
La otra fuente de malestar de los ciudadanos al este del muro tiene que ver con algo más profundo, que es en definitiva, la mirada del otro. El trato tanto del gobierno central como de los propios ciudadanos para con los habitantes del este ha mutado del paternalismo al hartazgo. En un inicio (aunque todavía quedan secuelas), se los trató como pobres compatriotas que fueron durante 41 años víctimas de una dictadura sangrienta, a quienes se les vedó de colaborar con la reconstrucción alemana. Este paternalismo no tardó en mutar al disgusto (en este caso más de los políticos que de los ciudadanos) para con los Ossis a los cuales se los comenzó a tildar de llorones cuando los reclamos por las prestaciones sociales perdidas tras la caída del muro comenzaron a aparecer.
No es solo la decepción para con el modelo socialista la que hoy marca su conducta, es también la promesa incumplida del capitalismo neoliberal, hasta 1990 no gozaban de derechos políticos tal y como los comprendemos en el occidente, pero gozaban de seguro de salud, educación gratuita en todos sus niveles, jubilaciones y pensiones por discapacidad, vejez, viudez o invalidez. Tras la caída del muro, pudieron conformar partidos políticos y elegir a sus representantes, pero fueron lanzados a la jungla capitalista, regida por principios considerablemente menos universalistas que aquellos en los que se habían formado como personas.
AfD llena ese hueco en la representación, le habla a los alemanes que se sienten ciudadanos de segunda, que se sienten descuidados, y sobre todo, les habla como la alternativa del orgullo contra la vergüenza, discurso que se fortifica en el este, donde se resignifica y no se trata (solo de) de un lavado de cara del nazismo, sino de una cuestión hasta existencial. La extrema derecha, cuyo discurso está centrado en la inmigración y en la UE (proponiendo el «Dexit»), es considerablemente más popular donde menos cantidad de inmigrantes hay, y también donde la palabra “integración” se volvió una quimera, tanto la alemana como la europea.
Que pasa después del 23
Vista la imposibilidad de que algún partido político logre el 50% de los votos (tanto por el nivel de fragmentación como por lo raro que es que esto ocurra, habiendo pasado por única vez en 1957 para la re-reelección de Konrad Adenauer) aquel que quede primero, muy seguramente la CDU, se verá obligado a formar una coalición que llegué a los 369 escaños en el bundestag (conformado por 736 bancas) y sobre esto existen dos posibilidades.
La primera es lo que en alemán se llama Große Koalition, traducido como “Gran Coalición” es la unión entre los socialdemócratas y los demócratas cristianos. Este es el escenario más deseable por dos motivos, primero por ser sobre el que existe menos incertidumbre, ya que se ha dado varias veces en la historia alemana (tres de los cuatro mandatos de Merkel fueron bajo una coalición de este tipo) y los analistas especializados consideran que podría mitigar las dudas que existen sobre la solidez de Merz en el cargo de canciller estando en una clara disputa con Merkel (como se ha desarrollado anteriormente en este artículo y considerando que una votación negativa en el Bundestag se traduce casi de forma inmediata en una remoción de la confianza). Y en segundo lugar, esta coalición es vista como deseable porque permite, hablando claro, sacarse a los ecologistas (el partido verde) de encima, lo que nos lleva a la segunda posibilidad.
El segundo escenario es la formación de una coalición “Kenia” (debido a los colores negro-rojo-verde de la CDU, SPD y Los Verdes respectivamente). Esta coalición sería la única posible en caso de que el SPD sufra un fuerte golpe en las circunscripciones donde compite por el segundo lugar con la AfD, como Hesse (donde empatan en 17% en el promedio de encuestas) o Baja Sajonia, donde se encuentran a dos puntos de distancia (20 y 18% respectivamente), de esta forma, aún con las encuestas dándole 30% a la CDU y 15/16% al SPD en el total de votos, harían falta 5 bancas para completar la formación (tal como señala la consultara INSA en su última medición).